Habría tenido unos 17 o 18 años cuando intenté leer por primera vez "El recurso del método" de Alejo Carpentier por recomendación de mi profesor de Teorías de la Historia del Colegio de Ciencias y Humanidades.
Recuerdo que al iniciar la lectura lo primero que noté era que esa edición de Siglo XXI Editores no tenía puntos y aparte y, aunque era un libro de bolsillo, todos esos caracteres abigarrados imponían la percepción de una historia densa y aburrida. Pero tambíén existía la posibilidad de que el editor hubiese optado por ese formato para ahorrarse páginas.
Sea como fuere, "El recurso del método" fue una de mis primeras lecturas de literatura política. La historia, para quien no haya tenido oportunidad de leerla, es prácticamente el testimonial del viejo dictador de un arquetípico país latinoamericano que por ser imaginario pudiera tratarse de cualquiera de los 20 que integran la región, pues reune características presentes en cada uno de estos.
El tirano, bautizado por Carpentier como Primer Magistrado, bien puede ser cualquiera de los que formaron el amplísimo catálogo de la región durante el siglo XX, que va desde Porfirio Díaz (por el ser el más tempranero de la centuria) hasta Hugo Chávez (por ser el más contemporáneo) pasando por Fidel Castro, a quien Carpentier paradójicamente sirvió como diplomático.
Autoexiliado en París, el Primer Magistrado de la novela relata sus vivencias al frente del poder, pero con esa visión restrospectiva y reflexiva que sólo la senilidad puede dar al examen de la memoria personal, intercalandólas con fragmentos del "Discurso del método" de Descartes.
Posterior a esa historia vinieron otras más acerca del autoritarismo que ha prevalecido en América Latina casi como un elemento inherente al folklor regional, como "Lo demás es silencio", de Augusto Monterroso y "El señor Presidente" de Miguel Ángel Asturias (curiosamente ambos guatemaltecos). Pero ninguna de ellas (bueno, salvo el caso de "Lo demás es silencio" que no es sobre un dictador sino sobre un intelectual que vive en un país tropical y autoritario) aborda el tema con el desenfado y socarronería con que lo hace Antonio Ungar en "Tres ataudes blancos", editada por Anagrama.
Al terminar de leer esa novela mi primera conclusión fue que sólo pudo haber sido escrita por alguien que hubiese vivido u observado muy de cerca una experiencia autoritaria y, después de sobrevivir a ella, aun haya tenido la fortaleza y la habilidad para burlarse, satirizarla y retratarla en una historia hilarante y trepidante.
Parece que es el caso de Antonio Ungar, escritor colombiano (sí, porque -por increíble que parezca tratándose de un país de globos y bicicletas- en Colombia hay vida literaria más allá de García Márquez y Álvaro Mutis; Vallejo no cuenta porque en una sabía decisión se nacionalizó mexicano para olvidar un poco la barbarie de esa nación tropical) que obtuvo el Premio Herralde 2010 con esta historia en la que se entreasoman algunas características políticas de su país, como la guerrilla, el narcotráfico, el paramilitarismo, las fincas y el irritante acento de algunos personajes de baja condición social, como el jefe de escoltas Jairo Calderón) mezcladas con otras más genéricas de la región, como los sátrapas tropicales que en su momento Álvaro Vargas Llosa y Plinio Apuleyo aludieron jocosamente en "El perfecto idiota latinoamericano".
Pero ¿de qué trata en si "Tres ataudes blancos"? ¿Cuál es su trama? El argumento es genial.
Un tipo gordo y hasta ese momento bueno para nada, que habita en un barrio de clase media en la capital de la imaginaria pero ubicua República de Miranda, tiene que suplantar la identidad del principal líder del opositor Movimiento Amarillo, Pedro Akira, quien es acribillado semanas antes de que registre su candidatura a la Presidencia de la República para contender contra el temido presidente en funciones Tomás Del Pito.
Debido al extraordinario parecido con Akira, el personaje del cual sólo hasta el final de la novela nos enteramos -por medio de las cartas que le escribe su amada- que se llama Lorenzo, es adiestrado por los líderes del Movimiento Amarillo para que finja ser el líder opositor que a partir de una historia de heroismo y valentía al sobrevivir y reponerse del atentado en su contra, tiene las posibilidades más cercanas de derrocar en una contienda electoral al presidente Del Pito (sí, Ungar escogió con total sorna este apellido para el tirano, a quien describe como un hombre de baja estatura, profundamente devoto e histriónico).
A partir de ese momento se desencadenan una serie de acciones relatadas con un ritmo vertiginoso y con una chispa de humor que mantienen al lector permanentemente atento a la trama de intrigas, ambiciones y traiciones propias de la disputa por el poder político.
El final, aunque no lo describiré aquí, es realista. No podría ser de otra manera en una novela inteligente. Hay en él un viso de esperanza y un empeño en continuar luchando por la verdad y la libertad, valores necesarios para socavar el autoritarismo en esa República de Miranda que a la Patria cada pueblo latinoamericano le dio.
En una entrevista posterior a la obtención del Premio Herralde, Ungar afirma que escogió el humor para el trazado de su novela porque siempre "ha sido una defensa contra la tragedia" y "la única manera de sobrellevar una realidad atroz", lo cual me recordó la tesis desarrollada por James Scott en "Los dominados y arte de la resistencia" y también el recurso del humor empleado por otros escritores que vivieron e incluso desarrollaron su obra bajo la sombra del totalitarismo, como fue el caso de Kundera.
En todos ellos está presente la posibilidad de resistir al poder tirano mediante la genuflexión mordaz y la burla soterrada, pues al final los autocratas pueden doblegar por la fuerza la voluntad de los dominados, pero no pueden abatir la rebeldía y la resistencia que expresan mediante la sonora y espontánea carcajada que genera un juego de palabras como el de "el pequeño Del Pito" que el personaje principal de la novela de Ungar emplea para referirse a la estatura del sátrapa presidencial de esa Miranda que lo mismo está en Argentina con el kirchnerismo, que en Venezuela con el chavismo o en Bolivia con el presidente que tiene cara de ejidatario de cuyo nombre ahora mismo no me acuerdo.
P.S.: Prometo dejar de cargarle las tintas a los colombianos... cuando su histrionismo y arrebato dejen de parecerme tan divertidos.
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