10 may 2010

Sólo porque no había luz

Cada mes que pasa rompo mi propio record respecto al menor número de post publicados. En abril no pude haber caído más bajo: un solo post.

Ahora, en mayo, la situación no sería diferente respecto al mes anterior de no ser porque los fuertes vientos provocaron un corte en el servicio de energía eléctrica que no me dejó otra opción que encender la notebook y comenzar a escribir esto.

No lo sé, quizá sea también el ambiente que en estos momentos prevalece, es decir, una tarde calurosa de domingo, con el viento soplando intensamente y el cielo iluminado por instantes a causa de los relámpagos que constituyen el preludio de un aguacero torrencial que se rehúsa a mostrar su furia.

Y bueno, ya que estoy aquí aprovecho para relatar lo que he hecho en todo este tiempo: trabajar, trabajar y trabajar.

El ambiente oficinístico continúa siendo banal y glamoroso y yo sigo resistiéndome a entrar en su dinámica. Por suerte tuve oportunidad de probarme a mi mismo que no soy un analfabeta funcional acudiendo como invitado a la Facultad, para participar en un panel de análisis acerca de la cultura política en México.

Debo de aceptar que me costó mucho trabajo preparar las doce cuartillas de mi ponencia y pese a que no soy especialista, también debo reconocer que tenía cierto temor a quedar como un ignorante del tema frente a los otros panelistas. Pero para mi grata sorpresa pude comprobar mi capacidad de raciocinio continúa funcionando no obstante la carencia de conversaciones y un ambiente intelectualmente estimulante.

Mi propuesta fue bien recibida tanto por los asistentes, como por los otros profesores con los que tuve el gusto de compartir la mesa. Después de eso me sentí y sigo sintiéndome contento y satisfecho, porque puedo pensar y transmitir mis ideas coherentemente a través de las palabras escritas.

Además de que tuve la oportunidad de darles un mensaje de estímulo a los politólogos en ciernes que me escucharon, porque al inicio de mi presentación dije que me daba mucho gusto regresar a la Facultad, aunque a decir verdad, quienes estudiamos en la Universidad nunca nos alejamos de ella, sino que la llevamos con nosotros en nuestras capacidades profesionales y nuestra forma de observar la realidad.

En fin, que esa visita a la Universidad me sirvió para probarme que sigo siendo bueno y que no necesito demostrarlo escribiendo sobre temas importantes en este espacio, que más bien es un divertimento y como tal debería de retomarlo… algún día.

Por el momento aquí está esta señal de vida; dejaré al tiempo y a mis ánimos la posibilidad de venir de nuevo a escribir

Un saludo a quienes todavía me leen.

P.S. Si alguien sabe cómo diferencias una relación laboral de una personal, por favor oriénteme, porque en eso sí soy neofito. Lo comento porque he tenido ciertos desencuentros con cierta personita a causa no sólo de lo absolutamente rudimentarias que son sus formas sociales, sino también del hecho de no saber si había amistad o sólo colaboración profesional.

Creo que ese podría ser el tema de mi siguiente post… el cual escribiré algún día.

8 abr 2010

Ajenos

Si he decidido escribir este texto es porque leí un blog muy ameno de un colega politólogo, también egresado de la UNAM, y casi inmediatamente después vine a revisar este mi espacio y sentí una profunda pena por mi y por mi “vaciamiento” intelectual.

O sea, mientras este colega se dedica a escribir sobre cuestiones de la disciplina o bien sobre temas circundantes, como la espléndida crítica que hizo de uno de sus posts a la comentocracia, yo escribí hace más de un mes un ridículo cuento acerca de un ¡french poodle!

En qué momento abandoné el camino que me conduciría a convertirme en un refinado y mamoncete intelectual, para comenzar a andar el que, si no lo corrijo a tiempo, me llevará a ser como German Dehesa o Jairo Calixto Albarrán.

Si bien antes escribía con cierta mordacidad, mis textos tenían algún transfondo; había lecturas detrás de ellos, referencias que sustentaban algunos de mis pareceres con la intención de presentarlos sin formalidad y más bien con cierto desparpajo. Eso era el estilo.

Ahora creo que eso lo he perdido.

Hasta hace poco pensaba que se trata de una crisis de inspiración, de algo temporal; pero ahora que estoy preparando una ponencia acerca de la cultura política en México, descubro con preocupación que mi habilidad para pensar lógicamente y sistematizar las ideas está severamente atrofiada.

No sé si se deba a la distancia con el mundo académico o a la falta de insumos que existe a mi alrededor, o a mi propio desinterés, o al hecho de que en realidad soy un “politólogo instrumental” cuya motivación para aprender es contar con instrumentos para operar en el mundo laboral.

No sé tampoco si ese sea mi ámbito natural, porque cuando escucho las conversaciones a mi alrededor y descubro que giran en torno a especular quién es el asesino de la niña Paulette o a enjuiciar las cualidades estéticas de un jugador de fútbol, la verdad es que siento irritación por la superficialidad de los contenidos. También detesto la música pop de los 40 principales que suena de repente en el reproductor de alguna notebook cercana y las frases chic del tipo “sale bye” y “riqui” (whatever it means).

Creo que ahora puedo entender la noción de exclusión social porque me siento excluido, pero tampoco anhelo entrar en ese mundo de los comunes que piensan que no son comunes sólo porque su léxico y sus lugares de reunión de fin de semana no son los mismos que los de la generalidad.

Al final pienso que es este contexto el causante de mi atrofia y no obstante, no lo veo como un obstáculo, sino como un reto y quizá hasta como un objeto de estudio. Hasta hace algún tiempo pensaba que la superficialidad sólo existía en los anuncios de Rexona Teens y que en la tierra no podrían haber personas así; pero ahora sé que sí las hay y he aprendido a observarlas y hasta a soportarlas, con todo y sus ideas conservadoras.

Quizá también sea que yo soy demasiado pretensioso y arrogante como para pensar que sólo yo estoy en condiciones de tener la verdad sobre todo -como diría Matthew Stewart- y que todos los demás, si no piensan como yo, viven en el error; que aspiro a más de lo que puedo, pero cuando me ha tocado hablar con algunos amigos he descubierto que coincidimos en ese sentimiento de sentirnos ajenos a lo que los demás denominan como “lo normal”, que nos sentimos inconformes y hasta que pasamos por rebeldes cuando en realidad no lo somos, o cuando menos no pretendemos serlo concientemente.

Y otra vez, lo único que me consuela y me indica que aun tengo alguna posibilidad de ser salvado es que continúo leyendo; y quizá sea también que por ahora deba seguir la máxima de los grandes, consistente en que antes de escribir hay que leer, pues en el trayecto habrá pasado el tiempo y se habrá generado la experiencia que hará que al final, lo que se tenga que contar, valga la pena de ser leído.

28 mar 2010

Nostalgia

Comenzaba a caer la noche. Los últimos rayos del sol agonizaban entre las montañas y eran continuamente eclipsados por las ramas de los árboles que poblaban el paisaje serrano.

El largo convoy serpenteaba por las laderas de esas altitudes a buena marcha. Desde la amplia ventana se podía admirar la espléndida vegetación y al interior de los vagones las animosas conversaciones que habían iniciado un par de horas atrás, cuando el tren había iniciado su jornada, gradualmente dejaban su lugar al silencio. Los pasajeros comenzaban a dormitar arrullados por el leve movimiento que producían las ruedas avanzando sobre los rieles, o a recogerse en sus pensamientos y cavilaciones debido a la atmósfera introspectiva que siempre se genera al viajar largas distancias.

Ella se había sentado junto a la ventana, casi al final de uno de los vagones intermedios que albergaban a unos cincuenta pasajeros distribuidos a largo de las dos filas de los espaciosos asientos reclinables.

Su mirada se hallaba pérdida en algún punto de ése magnífico paisaje exterior, mientras sus pensamientos se habían concentrado en un solo objetivo: su encuentro con él.

Habían transcurrido seis meses desde que se despidieran emotivamente en la misma estación a la que ella llegaría a la mañana siguiente. Seis largos meses en los no hubo un solo día en el que ella no evocara su tierna mirada, sus caricias y sus gestos siempre dulces y cautivadores.

La separación fue tortuosa para ambos, pero tenía que suceder así porque ella supo anteponer a sus sentimientos la necesidad de superarse personalmente al acudir a una universidad de la capital para continuar sus estudios. Él no lo entendió, era imposible que lo hiciera, y el día que la vio partir, seis meses atrás, no pudo más que dar rienda suelta a su instinto y expresar su tristeza con auténticos aullidos de dolor y desesperación.

Pero ese amargo momento quedaría subsanado a la mañana siguiente, cuando se encontrarían nuevamente.

En eso había concentrado ella sus pensamientos. En los besos y las caricias con que lo colmaría cuando lo tuviera otra vez entre sus brazos.

Tal era el amor que sentía por su french poodle.

25 mar 2010

¿Destino o Contingencia? Acerca de una narrativa del amor alternativa

¿Qué fue primero, el amor o la estupidez? Esta fue seguramente una de las preguntas que se plantearon Scott Neustadter y Michael H. Weber, guionistas de (500) días con ella , que como bien nos advierte la voz en off al inicio de la primera secuencia de la cinta, no se trata de la típica historia de amor pero sí de una historia sobre el amor.

Y sí, es la narrativa de una historia que confronta dos visiones acerca de las relaciones de afecto que suelen surgir entre dos personas y que el gran público, a falta de otra palabra, opta por denominarlas como relaciones de amor. Pero lo más interesantes es que son dos perspectivas contemporáneas, pero pareciera que involucionan en un trance que resulta bastante divertido.

Por un lado está la historia de Tom Hansen, un joven arquitecto que trabaja escribiendo tarjetas de felicitación y a la espera de concretar la idea del amor que aprendió mientras escuchaba canciones de pop británico durante su adolescencia.

Por el otro se encuentra Summer Finn, una escéptica de la posibilidad de la existencia del amor debido a que tuvo que padecer el divorcio de sus padres y constantes cambios de residencia que no le permitían afianzar ninguna relación afectiva.

Ambos se conocen en la editorial en la que trabaja Tom y éste ingenuamente se enamora de Summer cuando descubre que ambos son fans de The Smiths. De ahí para adelante el director Marc Webb nos presenta los altibajos de la relación Tom-Summer, tan distinta a todas aquellas que nos han mostrado las películas protagonizadas por Sandra Bullock y Hugh Grant, que por lo demás hicieron pareja cinematográfica cuando ambos ya rondaban más allá de los 30 años de edad y siempre retrataban a las ñoñas parejas neoyorquinas del Down Manhatann.

En contraste, la pareja formada por Tom y Summer se distingue por su juventud y por su descreimiento respecto a muchos aspectos de la realidad. Ambos con formación universitaria y por debajo de los 30 años, forman parte de las generaciones desencantadas que crecieron escuchando de los escándalos sexuales de Bill Clinton, las borracheras de Boris Yelstin y mirando las películas de Wes Craven y Sam Mendes (Belleza americana); por no hablar de las idioteces ultra ligeras grabadas en formato digital de Britney Spears, Cristina Aguilera y Backsteets Boys. De ahí que cuando tuvieron la mínima oportunidad para independizarse salieron corriendo a escuchar las sórdidas canciones de Kurt Kubain y R.E.M.

Sin la pretensión de parecer exquisito, pienso que (500) días con ella retrata el escepticismo que permea en un sector de la juventud contemporánea respecto a la posibilidad de encontrar a la pareja adecuada; aunque al final también nos muestra que las inexorables convenciones sociales y todas las narrativas alrededor del amor terminan imponiéndose, como es el caso de Summer, que después de su acendrado escepticismo termina comunicándole a Tom que va a casarse y que para tomar esa decisión se basó simplemente en sus intuiciones.

Otra lectura interesante que se le puede dar a esa cinta es la que gira alrededor del dilema destino o contingencia; esto es, sobre dos sistemas de ideas respecto al origen y destino de las relaciones amorosas.

Por una parte, la perspectiva del destino es determinista; es la que tiene Tom al inicio de la cinta cuando cree firmemente que algún llegará la mujer apropiada para él y refuerza su creencia cuando conoce a Summer. Ya después el curso de los acontecimientos se encargará de desencantarlo.

Del otro está la visión de Summer, que más que contingente es nihilista; de aquí que cuando nos enteramos de que se va a casar así nada más, por una corazonada, no nos queda más que conmovernos por su patetismo.

No obstante, lo mejor de la película es precisamente esa sensación de contingencia e indeterminación que deja al final, cuando Tom se encuentra con otra chica mientras espera su turno para una entrevista de trabajo. Pienso que en ese aspecto capta muy bien la idea de lo fortuito como elemento esencial para poder entender el encuentro y compaginación entre dos personas que hasta antes de ese momento eran totalmente desconocidas la una para la otra.

En fin, que ahora que vienen las vacaciones (para los afortunados vayan a tener), una buena opción de entretenimiento será ir al video club y rentar (500) días con Summer, una que no es una comedia romántica, sino más bien una tragedia entretenida.

8 mar 2010

Timing

Me da gusto corroborar que a pesar de mis intermitencias, este blog y mi estilo no son tan anónimos como lo había pensado. Y es que ahora que veía el inventario de estupideces caí en la cuenta de que campenchanamente ya han pasado cuatro años desde que en los primeros días de enero de 2007 decidí lanzarlo a la red, y precisamente como red ha funcionado.

Sin necesidad de meterme en la dinámica la lectura-comentario he ido ganando uno que otro fan y me he metido en una que otra polémica; de igual manera, una que otra vez he salido medio raspado y también con la satisfacción de saber que no soy tan güey en muchos temas y que me puedo poner a los madrazos (intelectuales, claro está) con gente que cotiza alto.

Quizá este blog nunca vea números estratosféricos de comentarios en los posts pero se ha mantenido constante, unas veces relatando mis vicisitudes e inconformidades cotidianas, y otras más elucubrando sobre teorías y temas bastante fumados; unas veces en un estilo literario –que debo reconocer que no se me da muy bien- y otras como mera narrativa.

Lo que más me llena de satisfacción en todo este tiempo, es que los pocos lectores frecuentes que ha conocido este espacio son personas inteligentes (y no sólo porque me lean, lo cual sería un indicador más que suficiente de su inteligencia), tolerantes y dispuestas a intercambiar sus puntos de vista más allá de los simples elogios o comentarios desorientados que nada tienen que ver con el tema de los textos.

Por otra parte, eso del timing nunca se me ha dado, por eso es que antes de llegar tarde a la polémica me doy a la tarea de generarla, como en esta ocasión, que sin querer me topé con los presuntos publicistas de una revista con tendencias freaks.

En caso de que regresen nuevamente a este lugar: señores no obstante que me echaron bolita, ha sido para mí un gusto darme unos entres con ustedes compartiéndoles mi opinión acerca del transfondo del titulo de su proyecto editorial y hasta me atrevería a decir que de su contenido.

En un sistema de interacción social como en el que vivimos, por imperfecto y falible que pueda ser, la ventaja es que ustedes pueden sentir el máximo desinterés por lo que sucede a su alrededor y refugiarse en sus gags y cliches valemadristas con plena libertad. Si creen que eso contribuye a definir su identidad, a emanciparlos o manifestar su plena singularidad en el mundo, pues allá ustedes, están en su derecho.

Por lo demás, siéntanse en la confianza de venir cuando gusten.

Y a mis fans, gracias por sus comentarios solidarios, eso me confirma en la idea de que los raros no somos nosotros, sino todos los demás.

Un saludo

1 mar 2010

Cuando "nada" significa "algo", o del regreso de mi inspiración

Primero que todo debo comenzar este texto con un agradecimiento para los lectores y visitantes de ocasión que tuvieron a bien comentar el post anterior; gracias a ustedes mi inspiración y mis ganas de andar agitando el avispero han vuelto.

Ahora viene un acto de contrición: reconozco que mi reacción al ver la imagen del tipo este que responde al nombre de Abiud Gutiérrez Zamora Lohmann, sentado en un retrete en plena avenida Reforma de la Ciudad de México, con la leyenda “sigo apoyando a nada”, fue un tanto airada aunque no necesariamente intolerante, porque la tolerancia como lo dijo alguna vez alguien cuyo nombre ahora no recuerdo, es esa sensación molesta de que, al final, el otro pueda tener razón.

En este caso don Abiud, que parece sentirse muy a gusto en su look de pseudolumpen marginal marca ZARA, quizá tenga razón en demostrarnos que con su letrerito y su retrete es hipermega subversivo, o sea, ¡toma sociedad ese golpe de efecto de ver a un greñudo con los calzones en los tobillos!

Muy probablemente mi interpretación de la imagen que proyectó este sujeto sea errada, como sugirieron dos o tres lectores del texto anterior que afirman que nada tiene que ver con cuestiones políticas, porque también muy probablemente su noción de la política sea demasiado estrecha; quizá el muchachito en cuestión es una mala copia del todavía más deleznable Facundo Gómez Bruera, el presunto actor al que Televisa le daba empleo en un programa que se dedicaba a denostar la imagen de la mujer tratándola como un objeto sexual y denigrando la dignidad humana con bromas de mal gusto.

O quizá sea también tan radical y desinhibido que esa forma de expresión resulta demasiado vanguardista como para que nosotros, aldeanos tercermundistas con mentalidad cerril, podamos comprenderla.

En cualquier caso, lo haya hecho concientemente o no, lo que importa resaltar acá porque fue lo que me pareció preocupante, insultante y hasta triste, es el valemadrismo implícito en el mensaje “apoyo a nada”. Y es valemadrismo porque efectivamente, a este tipo como a muchos otros que como él exponen en Facebook fotos donde aparecen hurgándose la nariz, les vale muy poco o “nada” –para usar su expresión- lo que sucede a su alrededor y “apoyar nada”, significa precisamente eso, vacío, falta de contenido, rehuir a comprometerse con una causa porque hay una carencia de contenido intelectivo, por no hablar de vacuidad neuronal.

Pero eso no es todo, también hay frivolidad porque independientemente del falso suspenso que el grupo que auspicia esta campaña pretende crear, no hay lugar para la confusión porque lo repito: el problema no es la forma de manifestación, sino el contenido del mensaje.

Cuando Giles Lipovestki hablaba del narcisismo en La era del vacío, un estudio que publicó por primera vez en 1983, se refería a esa patología psicológica como “la expresión gratuita, la primacía del acto de comunicación sobre la naturaleza de lo comunicado, la indiferencia por los contenidos […] la comunicación sin objetivo ni público” que era la base de una sociedad de individuos atomizados totalmente ajenos a cualquier mínima noción de absoluto y virtud.

A Lipovestki ya no le alcanzó el tiempo para ver el auge de las redes sociales, que paradójicamente lo que fomentan a través de los medios de los que se valen para subsistir, es la atomización de la sociedad, la vacuidad de contenido de los actos de comunicación (el twitter es un claro ejemplo) y la falsa percepción de la formación de una comunidad virtual que como tal no existe en ninguna parte.

Esta situación comporta y se refuerza a su vez con el derrumbe de los referentes ideológicos que durante mucho tiempo fueron los asideros de certeza de muchas generaciones, que por medio de la fe profana o religiosa veían en Dios o el Estado dos instrumentos de "salvación" y explicación del mundo. El resultado: el imperio de un nihilismo burdo, alejado de todo supuesto filosófico (como sí lo tienen las formulaciones de Jacobi y Nietzsche, por ejemplo) y que sólo tiene como planteamiento la negación de todo principio, significado o propósito ulterior, el rechazo de todo aquello que precise de una fe, es decir, de una firme creencia en algo para la salvación o la realización de un fin, o bien para la argumentación de alguna verdad.

Eso es lo que significa en realidad el “yo apoyo a nada”, y es triste no sólo porque indica la carencia de capacidad reflexiva y de inventiva que cristaliza en la frase “¡qué güeva!”, sino también porque habla de una generación o generaciones a las que les produce pereza hacer algo, pensar algo, articular algo; emplear las herramientas tecnológicas para algo más que alimentar su narcisismo y sus ansias de reconocimiento mediante el muy frívolo y pretensioso acto de “twittear”.

Y no es en modo alguno una actitud totalmente apolítica “hacer nada” o “apoyar nada”, todo lo contrario, por actitudes como esas es que a sociedades como las nuestras que están en proceso de transición desde culturas y conductas serviles y parroquianas hacia otras más autónomas y plurales, sus respectivas clases dirigentes las han sometido a sistemáticas y recurrentes violaciones y vejaciones colectivas.

Ya desde el momento en que se usa el espacio público se está haciendo política y se está enviando un mensaje político. Sin embargo no es de extrañar que personajes como Abiud Gutiérrez no lo sepan porque precisamente eso les importa muy poco.

Al final, con todo y lo lamentable que pueda ser una expresión publicitaria o actitud política de ese tipo, hay que reconocer y garantizar su derecho a hacerlo libremente, ya estará de cada quién escoger o formular su propia interpretación.
P.S. Por si acaso el movimiento de "apoyo a nada" tuviera un sustento filosófico, tanto más triste será para la honra de la propia disciplina que un tema tan importante sea tratado de esa manera tan burda.

26 feb 2010

¿Yo apoyo a nada?

O sea, con todo respeto a la originalidad de su mensaje y a quienes lo ven como algo contestario ante la falta de opciones políticas y de movilidad social y demás rollos del manual del perfecto idiota latinoamericano, ¡que no me chingue este pendejo!




Esto en realidad refleja con toda nitidez el pinche limbo ideológico de una generación valemadrista en la que por fortuna no todos "pensamos" igual. La verdad es que en lugar de causar admiración, esto causa pena porque significa que así como este güey hay muchos más en todo el país.


Yo apoyo a nada... ¡que no mame!