Caminaba absorto, con la mirada clavada en el suelo, contemplando las múltiples y variadas formas de las pequeñas piedrecillas de tezontle que se hallaban desperdigadas a lo largo del camino. Sobre su espalda llevaba a cuestas un saco repleto de fruta y verduras, lo había comprado en la pequeña aldea donde solían acudir los campesinos y los granjeros a vender sus productos. El camino cuesta arriba rodeado por robustos y frondosos árboles, serpenteaba alrededor de hondos peñascos de inclinaciones casi verticales. En lo alto el sol lanzaba sus rayos incandescentes, que al chocar con el tupido follaje de las ramas de los árboles, se difuminaba en pequeños haces de diferentes tamaños y figuras. Sólo en el sinuoso camino su luz era constante y agobiante. Sin embargo, absorto como andaba, el discípulo no había reparado en las gotas de sudor que resbalaban lentamente por toda su frente, para escurrirse luego por los contornos de su rostro. Dentro del bosque se oía el canto de los pájaros y el ligero ruido de las hojas de los árboles, al ser mecidas suavemente por una brisa apenas perceptible. Faltando unos cuantos metros para llegar al pórtico de metal que daba acceso al monasterio, el joven discípulo comenzó a observar su sombra proyectada en el suelo. Miraba no una silueta perfectamente delineada, correspondiente a su propia figura, sino una masa deforme que se proyectaba delante de él. En ese momento sintió el golpe de calor recorrer todo su cuerpo, y experimentó una profunda repulsión por aquella desdibujada sombra que aparecía en el suelo, delante de él. Fue tal la repugnancia que deseó con todas sus fuerzas poder deshacerse de su sombra. En ese instante ocurrió algo extraño, perturbador: la sombra había desaparecido. Sorprendido, el joven muy pronto cambió el semblante de su rostro, y arrojando violentamente al suelo el saco que llevaba en la espalda, se echó a correr eufórico en busca del maestro. -¡Maestro! ¡Maestro! –gritaba a voz en pecho el discípulo- ¡tengo que decirle algo! ¡ha ocurrido un milagro! Una vez donde el maestro, éste lo observó detenidamente y le inquirió: -¿Qué ha sucedido? ¿por qué te has desbordado en euforia?- El discipulo todavía muy exaltado le respondió: -¡Maestro, ha ocurrido un milagro! ¡He conseguido liberarme de mi sombra! El viejo monje, luego de mirarlo un breve momento con expresión de condescendencia, comenzó a reir y exclamó: -Pero cómo serás estúpido ¿es que acaso no has reparado en que se ha nublado?- |
9 nov 2007
La sombra
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1 comentario:
En efecto, era estúpido!
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