Hace ya algún tiempo, Martin Gardner, un estupendo filósofo norteamericano (por extraño que parezca), escribió una serie de ensayos titulada Los porqués de un escribano filósofo. En esos textos se dedicó a explicar los fundamentos de su pensamiento de manera muy amena, respondiendo a preguntas del tipo ¿porque no soy solipsista? o ¿por qué no soy anarquista?
Ante el cuestionamiento mala leche que me ha formulado mi estimado colega y doctor en sabiduría del mundo, acerca de por qué doy clases si soy un elitista, he decidido adoptar el estilo de Gardner para responder, primero, porque no soy elitista y, después, porque me gusta dar clases.
¿Por qué no soy elitista?
Gajes del oficio. Un día, mientras en una de mis clases ejemplificaba con la coyuntura política algunos de los planteamientos formulados por Thomas Hobbes en El Leviatan, un alumno que seguramente se sintió aludido y ofendido, me increpó con una burda perorata cantinflesca que remató con un "es usted un elitista (no obstante que en el salón es díficil discernir quién es el profesor y quienes los alumnos, debido a que entre ellos y yo la brecha generacional no es muy amplia, siempre me dirijo a ellos con el muy respetuoso usted, y les pido que hagan lo mismo para conmigo), alejado del pulso popular".
Posiblemente para la gran mayoría de las personas esas palabras no significarían nada, pero para mi constituyeron un insulto muy grave; tan grave que el resto de la tarde aquello de "elitista alejado del pulso popular", anduvo taladrándome las neuronas.
Ya por la noche, recuerdo que me senté en mi reposed, junto a la ventana, y me puse a pensar si realmente había devenido en un mamón, alejado del mundanal pero democrático ruido de las masas palurdas y apestosas. En ese momento, accidentalmente dirigí la mirada hacia la repisa donde tengo mis discos y películas. Miré algunos títulos: "Las invasiones bárbaras", "Godbye Lenin", "Lo que el viento se llevó".
"Mera coincidencia", pensé.
Aunque recuerdo que hasta antes de entrar a la Facultad, era un tanto más despreocupado: escuchaba música pop, leía cosas del estilo de J.J Benítez y veía películas joligudenses; además, por supuesto, de que tenía una fe absoluta en que estaban dadas las condiciones estructurales en el país para la revolución proletaria...
Sin embargo algo pasó durante mis años de formación profesional. No sé explicar con exactitud qué sucedió, pero el punto es que de repente me encontré leyendo autores raros (Brodsky y Altolaguirre, por citar unos ejemplos), escuchando música demodé y conversando sobre temas tan poco mundanos como “el flujo de conciencia en los escritores intimistas del siglo XIX”.
¡Diablos! creo que sí soy elitista.
Ante el cuestionamiento mala leche que me ha formulado mi estimado colega y doctor en sabiduría del mundo, acerca de por qué doy clases si soy un elitista, he decidido adoptar el estilo de Gardner para responder, primero, porque no soy elitista y, después, porque me gusta dar clases.
¿Por qué no soy elitista?
Gajes del oficio. Un día, mientras en una de mis clases ejemplificaba con la coyuntura política algunos de los planteamientos formulados por Thomas Hobbes en El Leviatan, un alumno que seguramente se sintió aludido y ofendido, me increpó con una burda perorata cantinflesca que remató con un "es usted un elitista (no obstante que en el salón es díficil discernir quién es el profesor y quienes los alumnos, debido a que entre ellos y yo la brecha generacional no es muy amplia, siempre me dirijo a ellos con el muy respetuoso usted, y les pido que hagan lo mismo para conmigo), alejado del pulso popular".
Posiblemente para la gran mayoría de las personas esas palabras no significarían nada, pero para mi constituyeron un insulto muy grave; tan grave que el resto de la tarde aquello de "elitista alejado del pulso popular", anduvo taladrándome las neuronas.
Ya por la noche, recuerdo que me senté en mi reposed, junto a la ventana, y me puse a pensar si realmente había devenido en un mamón, alejado del mundanal pero democrático ruido de las masas palurdas y apestosas. En ese momento, accidentalmente dirigí la mirada hacia la repisa donde tengo mis discos y películas. Miré algunos títulos: "Las invasiones bárbaras", "Godbye Lenin", "Lo que el viento se llevó".
"Mera coincidencia", pensé.
Aunque recuerdo que hasta antes de entrar a la Facultad, era un tanto más despreocupado: escuchaba música pop, leía cosas del estilo de J.J Benítez y veía películas joligudenses; además, por supuesto, de que tenía una fe absoluta en que estaban dadas las condiciones estructurales en el país para la revolución proletaria...
Sin embargo algo pasó durante mis años de formación profesional. No sé explicar con exactitud qué sucedió, pero el punto es que de repente me encontré leyendo autores raros (Brodsky y Altolaguirre, por citar unos ejemplos), escuchando música demodé y conversando sobre temas tan poco mundanos como “el flujo de conciencia en los escritores intimistas del siglo XIX”.
¡Diablos! creo que sí soy elitista.
¿Por qué soy profesor?
Bueno, si soy o no elitista, es un tema meramente secundario. Lo importante acá es explicar porque soy profesor y no me muerto en el intento.
Pues bien, la historia que da respuesta a este porqué está atravesada por un poco de arbitrariedad. Como todo buen profesor universitario comienza su carrera, yo comencé la mía como ayudante de profesor, es decir, como el gato que carga el portafolio, borra el pizarrón y hace las veces de demoedecan del profesor titular.
No estaría escribiendo este post tan falto de sentido, de no haber sido porque, cuando estudiante, en la asignatura de “Filosofía y teoría política contemporáneas” obtuve 9 como nota en un ensayo acerca del pensamiento de Anthony Giddens; que propició que me apostará en la oficina de la profesora titular para reclamarle su falta de apreciación ante un excelente y bien fundamentado ensayo crítico.
Después de debatir un rato acerca del referido autor, me preguntó si no quería ser su ayudante para el próximo semestre.
La verdad es que desde que ingresé al primer semestre de la licenciatura quedé deslumbrado por el despliegue de lucidez de mis profesores, y me propuse que algún día yo también daría clases y tiraría rollos extraños. De manera que el ofrecimiento de mi profesora y ahora maestra, constituía el primer paso para echar a andar en ese camino de la docencia a nivel universitario.
Si soy profesor, es en parte debido a la contingencia, pero también debido a mi gusto por la enseñanza, por la transmisión de conocimientos, el planteamiento de problemas y la construcción colectiva de reflexiones.
Al principio de los cursos es difícil que los alumnos asimilen que alguien apenas unos años mayor que ellos será su profesor, pero es muy gratificante observar como en el transcurso de las clases esa suspicacia inicial se va transformando en respeto.
Por supuesto, todo profesor tiene algo de histrión en su haber. Adopta un papel, una cierta personalidad que desarrolla ante su reducido pero expectante público.
En lo personal he adoptado un poco el papel de profesor serio, que no está interesado en hacerse amigo de los alumnos, aunque eso no cancela la posibilidad de jugar alguna broma, o formular algún comentario chistoson durante las clases. Hasta ahora pienso que ha funcionado y mis alumnos me han tomado afecto y demostrado su admiración.
Y bueno, fiel a mi tradición de ser el advocatus diavoli, me gusta provocarlos. Y parte fundamental de esa provocación es criticar su ambiente natural; de ahí que en alguna ocasión me hayan tildado de elitista intelectual. Aunque, la verdad es que no lo soy tanto; por el contrario, me gusta estar en contacto en el devenir de la realidad y sus diversas manifestaciones, pues creo que un profesor que se aleja de los lugares y las manifestaciones culturales en las que viven y se expresan sus alumnos, difícilmente puede entenderlos a ellos y a la propia realidad.
De aquí también que en algunas ocasiones me haya tocado discutir airadamente con algunos colegas mucho mayores y más preparados académicamente que yo, acerca de algunos problemas sociales.
Ellos podrán espetar un enorme conocimiento especulativo acerca de la pobreza, por ejemplo, pero mientras no caminen entre las calles de un barrio pobre, no platiquen con personas que padecen la pobreza, ni conozcan las condiciones en las que la propia pobreza se genera, estarán hablando siempre de teorías y soluciones construidas en el aire, donde al menor soplo de alguna corriente, habrán de desvanecerse.
5 comentarios:
Hola… comentario leído… y aunque no lo creas de acuerdo con el…
Abigarrado… Así es… cosas variadas y sin sentido… y en el caso de esa entrada totalmente…
Intimista mi blog?? Por supuesto… lo abrí solo para escupir lo que siento sin intenciones de agradar o desagradar a nadie… solo un poco de desahogo sin ser una experta en las letras...
De todas maneras gracias por echarle un ojo… ya después me echare un clavado en el tuyo…
Saludos
Paola
Estimado compañero,
Gracias por sus comentarios. Por lo general, no todos los chilangos son objeto de mi desprecio, pero si la mayoría.
¡GOYA!
No me extiendo mucho en mi comentario porque ando un poco atareado, pero será un gustazo tener un link en tu blog.
Un saludo!
Pepe
Sas!... ton's filosofo?... ja! yo también fui profesora adjunta pero nada que ver con la filosofía...
Grax por la visita encantada!)
Besazos
Me encantó lo que escribes en este post.
Pocas son las personas a quienes se les puede llamar PROFESOR, solo una minoría de tan amplio grupo posee una cualidad fundamental para ejercer su profesión y es la vocación.
Quienes de verdad hacen su trabajo con gusto, como se dice por ahí "por amor al arte", se esfuerzan al máximo por dejar en sus alumnos algo adicional a lo que dicta el plan de estudios, pese a las malas condiciones o limitaciones que se tienen para realizar su trabajo. Me refiero a valores, a inculcar un sentido crítico, a sembrar el deseo de saber y conocer por el gusto de aprender.
Me haz hecho recordar mi época en la universidad, durante la cual yo también tuve la oportunidad de impartir clases. Comparto contigo la idea de que es gratificante cuando te ganas el respeto de tus alumnos. Creo que es una de las profesiones que más engrandecen a las personas y más satisfacciones da. ¡Qué bueno que seas profesor!
yo lo sabía!!!
mi corazón no me falla,
es usted un gran chico!!!
casi creo que puedo imaginarlo, aunque paresca un poco tonto quiero decirlo, cuando lo leo (ya sabe lo que escribe) veo a la chica que fuí hace mucho, pero muchisimo tiempo...
oiga que no le afecte tanto eso de ser elitista o no...
sabe? yo tuve que cargar con el estigma de ser una sangrona y creída por bastantitos años, de verdad que uno se lo llega a creer y a veces hasta te avergüenzas...
para no hacerle largo el cuento, baste con decir que termine por aceptarlo, síiiiiiiiiiii!
soy una sangrona y creída...
así al menos ya no tengo dudas!!!
con el tiempo la gente aprende a respetarte, claro siempre y cuando respetes la individualidad del otro,
total, ser elitista puede devenir un derecho, si disfrutas serlo...
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