22 dic 2008

Galatea

Este es, sin duda, uno de los peores textos que he escribido (nótese que utilizo un participio diferente para diferenciar entre un texto bien escrito y un texto mal escribido). Sin embargo quiero publicarlo a modo de reivindicación con Paola, la ignorada y olvidada Paola, que es asidua lectora de este blog, aunque luego algunos de mis textos tocan sus sensibles fibras chovinistas y en reacción me manda melodramática y temporalmente al olvido.

Nunca, o al menos eso creo, acostumbro a dedicar mis escritos.

Pero, Paola:

Para recompensar mi olvido, con todo y lo mal redactado que te pueda parecer, este va para ti.

Es mi versión particular de la leyenda de Galatea y Pigmalión.


Galatea en la versión de Moreau


Por la ventana entraban ligeros soplos de viento fresco que movían lentamente las cortinas de gasa blanca. Afuera la noche era iluminada por el resplandor plateado de la luna. El olor que traía consigo el aire era de la hierba silvestre, que se mecía suavemente al igual que las hojas de los sicomoros, cuyas siluetas se delineaban en medio de la oscuridad.

A lo lejos podía escucharse el sonido de las olas que llegaban a la playa, para bañarla de espuma y regresar nuevamente a la inmensidad del océano.

El mármol blanco de las columnas que sostenían esa imponente construcción brillaba aun más durante esa noche en que la luna aparecía majestuosa en el firmamento.

Dentro, en la enorme y silenciosa sala, apenas amueblada con un diván forrado en terciopelo azul y un taburete de cedro que todavía despedía ése aroma que le es propio cuando se alza en medio del bosque, se encontraba Pigmalión de pie frente a la ventana, contemplando la redondez y plenitud de esa luminaria nocturna.

En su mirada se podía adivinar un dejo de tristeza y en sus suspiros un poco de melancolía.

Había pasado mucho tiempo desde aquella noche en que la diosa le había concedido esa gracia; tanto, que en ésos días su cabello era aun negro y abundante, y ahora, muchas noches después, ya comenzaba a pintar algunas canas y había abandonado casi por completo a su frente.

La Fatalidad había querido que el Sino de Galatea, después de haber cobrado vida por obra de la diosa, fuera alejarse de quien por medio de su pensamiento y de sus manos la había creado tan bella y perfecta como ninguna otra mujer pudiera existir jamás.

Así que ésa misma noche en que su pétrea sonrisa se tornó real y que sus ojos de mármol adquirieron una tonalidad café en la que se podía entrever la eternidad, se marchó de ésa sala en la que Pigmalión permanece de pie, taciturno.

Cuando eso sucedió él dormía plácidamente, soñando con poder algún día besar esos labios sensuales de que había dotado a su escultura, ignorando que el deseo que horas antes había pedido a Afrodita le había sido concedido.

Al siguiente día, cuando despertó, descubrió que su escultura no estaba en su lugar. Exaltado emprendió su frenética búsqueda por todos los rincones de su casa y su taller, pero no la halló. Entonces uno de sus sirvientes le dijo haber visto salir muy de mañana a una bella mujer con camino hacia el puerto.

Hacía allá se dirigió Pigmalión, preguntando a todos los marineros y pescadores si habían visto a una mujer de piel delicada y formas exquisitas caminar por el muelle. Todos coincidieron en haberla visto, pero ninguno supo decir qué rumbo había tomado; hasta que un pescador que reparaba sus redes le dijo al angustiado escultor que la vio embarcarse en una galera fenicia. Al oír esto Pigmalión se echó de rodillas al suelo, se llevó las manos al rostro y cubrió su llanto. Así se permaneció el resto del día, sollozando amargamente.

Ella había estado ahí, junto a él, en su casa, quizá lo había visto dormir antes de salir por la puerta, preguntándose quién era ése desconocido que yacía en el diván cubierto en terciopelo azul.

Tanto había deseado que ella fuera real, besarla, acariciarla o simplemente mirarla a los ojos, que le llenaba de impotencia saber que ella se había marchado mientras él dormía.

Sin embargo era tanto el amor que sentía por ella, que con el paso del tiempo y aun cuando la recordaba a cada instante, se convenció de que lo que había sucedido había sido lo mejor para los dos. Que una mujer tan bella y perfecta merecía conocer el amor; ése sentimiento en el que él no creía y que por tanto no podría prodigarle.

Lo único que le quedaba de consuelo era la ilusión de que alguna noche que ella mirara la luna, tuviera alguna reminiscencia de aquél que la había creado justamente durante las horas de luz nocturna.

Así que esa noche ahí estaba Pigmalión, añorando a su Galatea con la ilusión, estúpida e inocente ilusión, de que ella desde algún lejano país, desde la comodidad de su alcoba, quizá apoyada en el hombro de alguien más, mirase también a la luna, ésa señora de la noche que era testigo involuntario de un amor que nunca fue en la realidad, pero que ha permanecido en su imaginación y que ahí seguirá mientras duré su existencia en la memoria de quienes reconozcan en él al gran escultor, que dio forma de mujer a la perfección y a la belleza.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Ay mi estimado amigo Vic, el texto es muy bueno, pero ese proemio no lo entiendo... más bien lo entiendo pero al que de plano no entiendo es a ti. O sea ¿cuánto tiempo llevas en ése juego?

Definitivamente debe de valer la pena, de otra manera no me lo explico tratándose de ti.

Como sea, la historia es muy buena y creo saber el por qué del giro que le diste, porque en la leyenda, o más bien en la interpretación de la leyenda, Galatea representa un escape a la realidad y Pigmalión es el hombre de razón que intenta evadir el mundo conciente mediante la fantasía.

En tu versión Pigmalión enfrenta la realidad y la supera. Y Galatea es la que termina escapando, más por impulso natural que por ignorancia.

Pero bueno, me da gusto saber que en medio de la frivolidad de la IP aun mantienes tu blog.

Aprovecho de una vez para felicitarte por la Navidad y el Año Nuevo, que no será próspero, pero esperemos que no esté tan cabrón como todo parece indicar.

Cuídate
Mauro

Anónimo dijo...

Debo confesar que muchas veces he llorado leyendo un texto tuyo, más cuando en ese texto me personificas en un alguien imaginario, épico, soñado... Esta vez, mientras seco mis lágrimas para poder ver bien que es lo que escribo, también me siento como Galatea...

...Y pienso que no debí salir esa noche de tu casa mientras tu dormías y yo me hacía real.

Gracias. Tu siempre estarás en mi corazón.

Feliz navidad...

Siempre tuya,

Paola