Además de la incontenible carga de trabajo, que cada día aumenta más y más en proporción inversa con la paga, una de las razones por las que había dejado de escribir había sido la falta de interés en hacerlo. Mi mente entró en una especie de stand by que me daba miedo, porque podía significar que el magnetismo de la frivolidad por fin me había atrapado y que en adelante sería una especie de Frederick Beigbeder región 4, escribiendo sobre mis desventuras existenciales urdidas en los bares de Polanco y las tiendas departamentales.
No obstante, en todo este tiempo algo que me consolaba y tranquilizaba era que mi gusto por la lectura se había conservado intacto; en el lapso de casi mes y medio que dejé de escribir aquí, leí tres buenas novelas y un estudio acerca de la formación histórica del sistema político mexicano. Así que si en algún momento me habría de volver un yuppie mamertin estilo Niño Verde (que Dios me perdone por la comparación), cuando menos emplearía palabras rebuscadas tales como “punzante”, “inveterado” y “anacoluto”.
Y es que por más que lo intentaba, nomás no se me ocurría nada y tampoco nada me inspiraba a escribir, ni siquiera nuestro cada día más decadente sistema político o la alarmante crisis, o la apocalíptica epidemia de influenza humana.
Pensaba que la inspiración o el mero gusto por escribir me habían abandonado, pero ahora he comprendido que no era eso; que no se trataba de un momento de sequía creativa sino la falta de un momento de solitud, que no de soledad, porque son dos cosas distintas.
La solitud es ése momento de intimidad con uno mismo que necesariamente mueve a la reflexión, al contrario de la soledad que es simplemente la ausencia de otros a nuestro alrededor.
La solitud podría definirse con las palabras que empleo Caton para referirse a si mismo:
Nunquam se plus agere quam nihil cum ageret, nunquam minus solum esse quam cum solus esset.
Nunca está un hombre más activo que cuando no hace nada, nunca está menos sólo que cuando está consigo mismo.
Al tener ese momento de solitud caí en la cuenta de que, en efecto, estaba perdiendo ésa vena intelectualoide a partir de la cual he podido expresar mis opiniones y mis reflexiones, pero sobre todo, a partir de la cual puedo entenderme y asumir en mi propia singularidad un tanto complicada y sórdida pero enteramente satisfactoria para mi mismo.
A partir de ése momento las ideas regresaron, emergieron de aquel insondable lugar de mi cerebro al que iban ido a parar, en espera de ser llamadas nuevamente para tomar la forma de palabras y salir al mundo exterior.
Sólo espero tener el tiempo necesario para ponerlas por escrito y compartirlas aquí con quienes tengan la gentileza de leerlas.
Por cierto, un saludo para los fieles seguidores de este espacio, que son pocos pero sectarios.
No obstante, en todo este tiempo algo que me consolaba y tranquilizaba era que mi gusto por la lectura se había conservado intacto; en el lapso de casi mes y medio que dejé de escribir aquí, leí tres buenas novelas y un estudio acerca de la formación histórica del sistema político mexicano. Así que si en algún momento me habría de volver un yuppie mamertin estilo Niño Verde (que Dios me perdone por la comparación), cuando menos emplearía palabras rebuscadas tales como “punzante”, “inveterado” y “anacoluto”.
Y es que por más que lo intentaba, nomás no se me ocurría nada y tampoco nada me inspiraba a escribir, ni siquiera nuestro cada día más decadente sistema político o la alarmante crisis, o la apocalíptica epidemia de influenza humana.
Pensaba que la inspiración o el mero gusto por escribir me habían abandonado, pero ahora he comprendido que no era eso; que no se trataba de un momento de sequía creativa sino la falta de un momento de solitud, que no de soledad, porque son dos cosas distintas.
La solitud es ése momento de intimidad con uno mismo que necesariamente mueve a la reflexión, al contrario de la soledad que es simplemente la ausencia de otros a nuestro alrededor.
La solitud podría definirse con las palabras que empleo Caton para referirse a si mismo:
Nunquam se plus agere quam nihil cum ageret, nunquam minus solum esse quam cum solus esset.
Nunca está un hombre más activo que cuando no hace nada, nunca está menos sólo que cuando está consigo mismo.
Al tener ese momento de solitud caí en la cuenta de que, en efecto, estaba perdiendo ésa vena intelectualoide a partir de la cual he podido expresar mis opiniones y mis reflexiones, pero sobre todo, a partir de la cual puedo entenderme y asumir en mi propia singularidad un tanto complicada y sórdida pero enteramente satisfactoria para mi mismo.
A partir de ése momento las ideas regresaron, emergieron de aquel insondable lugar de mi cerebro al que iban ido a parar, en espera de ser llamadas nuevamente para tomar la forma de palabras y salir al mundo exterior.
Sólo espero tener el tiempo necesario para ponerlas por escrito y compartirlas aquí con quienes tengan la gentileza de leerlas.
Por cierto, un saludo para los fieles seguidores de este espacio, que son pocos pero sectarios.
3 comentarios:
Ya lo habíamos comentado muchos posts atras: La IP tiene una enfermedad contagiosa que carcome desde el exterior.
ya sabes, se llama "pop".
Lo bueno es que, como la Influenza, tiene cura: la solitud.
Hasta a los existencialistas les (¿nos?) pasa eso!
Enhorabuena te diste cuenta de la verdad!
Por cierto! yo tampoco espero que respondan a los comentarios que desinteresadamente (casi siempre) hago, sobre todo cuando me quedo con cierta duda sobre la intensión de los mismos, espero no te fendas Victor, pero con eso de que eres siempre tan incisivo, ufff... tengo miedo de que ahora me la apliques a mí. En serio, "Tengo miedo!"
De todas maneras agradezco tu comentario, porque de cualquier forma no tenías necesidad de hacerlo...
Viva la inspiración! Viva la UNAM! Viva la Conciencia social y politica! y
Viva Mexico! :P
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