Honestamente no entiendo por qué las personas conectan su vida a un piloto automático que las conduce invariablemente por la misma ruta: nacer, crecer, reproducirse y morir.
De esos cuatro puntos del trayecto vital, tres están más allá de nuestra voluntad, siempre y cuando no seamos unos suicidas en potencia, porque entonces uno de ellos, que es el morir, reduciría la cuenta a sólo dos. No obstante, con todo y lo horripilante que pueda ser la vida según el Sino personal, nos aferramos a vivirla y no deseamos morir, no cuando menos durante algún otro momento que no sea la vejez, donde más que no desear morir, nos resignamos a aceptarlo como un hecho inevitable.
Decía pues que nacer, crecer y morir son aspectos de la existencia en el mundo que en buena medida son ajenos a nuestra voluntad y más bien la someten. Pero reproducirse, con todo y las explicaciones filosóficas, psicoanalíticas y religiosas que puedan justificarlo, es algo que sí está en nuestro radio de decisión y es producto de nuestra voluntad.
Siendo así, no entiendo por qué hay que someter al escrutinio de los demás una decisión que debería ser íntima, personal y voluntaria.
Casarse y tener hijos es algo bien visto e incluso considerado como el punto culmen de un buen proyecto de vida. Pero hacer lo contrario, es decir, permanecer soltero, es algo reprobable y condenable socialmente, máxime en el caso de las mujeres.
Ahora que la modernidad ha calado un poco en la estructura mental del conjunto de individuos que integran las diversas sociedades del orbe, ya se puede escoger a la pareja e incluso esperar un lapso de tiempo razonable para consumar el acto del matrimonio. Pero anteriormente éste era asunto que competía determinar a los padres de los eventuales novios y la edad no era ningún problema, se podía comprometer incluso a un no nato.
Pero el punto acá es precisamente la aprobación social del matrimonio como un compromiso que todo hombre y mujer deben de cumplir para considerarse y poder ser considerados por los demás, como plenos y “realizados”.
Quienes están al margen de esa norma son considerados desadaptados, amargados o antisociales incapaces de establecer relaciones afectivas de largo plazo.
Sin embargo me parece que el estigma es demasiado injusto. Sobre todo considerando que el vínculo principal del matrimonio debe de ser el amor que, en caso de existir como tal, precisa de vocación.
Así como en otros aspectos de la vida se necesita una inclinación natural o simpatía hacia cierta actividad, así también para vivir con alguien más se necesita de la vocación para amar, por muy ridículo que esto pueda parecer.
Pero el problema, el desafortunado problema que explica que muchas relaciones fracasen y debiliten el tejido social (¡ah! ¡pero qué payaso se leyó esto!), y que explica a su vez la disfuncionalidad de muchas sociedades, es el hecho objetivo de que no existe ésa vocación para amar. Cuando mucho puede existir pasión, deseo, atracción; pero todo eso es finito, acaba después de algún tiempo, pasado el cual viene la separación, y el punto de inicio un nuevo ciclo de equivocaciones.
En lo personal considero que no tengo la vocación para amar, pero confieso que admiro a quienes realmente la tienen porque es realmente una fortuna aprender a convivir, a padecer y a disfrutar a una sola persona durante toda una vida… ¡toda una vida!
Como no tengo ésa vocación, obviamente tampoco tengo el ánimo para conectar mi vida al piloto automático para fingir una satisfacción que no será tal.
No se trata de una cuestión de egoísmo, inexperiencia o desorientación propia de la edad (hay gente de 20 años o menos que se casa –o se tiene que casar- y no sé qué tan orientada y/o conciente pueda ser).
Se trata más bien de una cuestión de reflexión y de disposición: si sé que no tengo buenos reflejos, que soy torpe con las banderillas y que me siento ridículo con el traje de luces, entonces no tengo vocación de torero.
Así también: si sé que mi carácter no el más propicio para una relación afectiva, y que no tengo ni las ganas ni la disposición, ni el tiempo para tener que soportar a alguien durante toda la vida, entonces hacerlo sólo por seguir un patrón sería perder mi tiempo y hacérselo perder ingratamente a alguien más.
Pero también está el otro lado del asunto. La vida, las circunstancias o un Dios bueno, omnipotente y omnisciente nunca deja las cosas incompletas o asimétricas; de manera que la ausencia de una aptitud se compensa con la presencia de otra diferente.
Así pues, quienes no tenemos la vocación para amar tenemos otro tipo de vocación igual de importante aunque no así valorada por los demás.
Piénsese por ejemplo en los sacerdotes, las religiosas o los filántropos. Ellos tienen un tipo de vocación que no necesariamente congenia con la vocación para el amor de pareja, pero no significa que estén privados de la capacidad para desarrollar afectos hacia los demás.
En mi caso particular pienso que no tengo la vocación para amar; pero tengo la vocación para pensar, cuestionar, escribir idioteces, llevarle la contra a la gente y desarrollar un discurso desafortunadamente atractivo para algunas personas.
Esa es mi vocación y me gusta. Aunque también soy conciente del enorme poder de la contingencia y no me niego a la posibilidad de que algún día pueda sucumbir ante una sonrisa o una mirada.
Eso fue lo que le dije a la familia en pleno el fin de semana y confieso que me hubiese gustado cerrar mi discurso con una frase de Heinrich Heinz que me gusta mucho: Dios me perdonará, es su oficio.
De esos cuatro puntos del trayecto vital, tres están más allá de nuestra voluntad, siempre y cuando no seamos unos suicidas en potencia, porque entonces uno de ellos, que es el morir, reduciría la cuenta a sólo dos. No obstante, con todo y lo horripilante que pueda ser la vida según el Sino personal, nos aferramos a vivirla y no deseamos morir, no cuando menos durante algún otro momento que no sea la vejez, donde más que no desear morir, nos resignamos a aceptarlo como un hecho inevitable.
Decía pues que nacer, crecer y morir son aspectos de la existencia en el mundo que en buena medida son ajenos a nuestra voluntad y más bien la someten. Pero reproducirse, con todo y las explicaciones filosóficas, psicoanalíticas y religiosas que puedan justificarlo, es algo que sí está en nuestro radio de decisión y es producto de nuestra voluntad.
Siendo así, no entiendo por qué hay que someter al escrutinio de los demás una decisión que debería ser íntima, personal y voluntaria.
Casarse y tener hijos es algo bien visto e incluso considerado como el punto culmen de un buen proyecto de vida. Pero hacer lo contrario, es decir, permanecer soltero, es algo reprobable y condenable socialmente, máxime en el caso de las mujeres.
Ahora que la modernidad ha calado un poco en la estructura mental del conjunto de individuos que integran las diversas sociedades del orbe, ya se puede escoger a la pareja e incluso esperar un lapso de tiempo razonable para consumar el acto del matrimonio. Pero anteriormente éste era asunto que competía determinar a los padres de los eventuales novios y la edad no era ningún problema, se podía comprometer incluso a un no nato.
Pero el punto acá es precisamente la aprobación social del matrimonio como un compromiso que todo hombre y mujer deben de cumplir para considerarse y poder ser considerados por los demás, como plenos y “realizados”.
Quienes están al margen de esa norma son considerados desadaptados, amargados o antisociales incapaces de establecer relaciones afectivas de largo plazo.
Sin embargo me parece que el estigma es demasiado injusto. Sobre todo considerando que el vínculo principal del matrimonio debe de ser el amor que, en caso de existir como tal, precisa de vocación.
Así como en otros aspectos de la vida se necesita una inclinación natural o simpatía hacia cierta actividad, así también para vivir con alguien más se necesita de la vocación para amar, por muy ridículo que esto pueda parecer.
Pero el problema, el desafortunado problema que explica que muchas relaciones fracasen y debiliten el tejido social (¡ah! ¡pero qué payaso se leyó esto!), y que explica a su vez la disfuncionalidad de muchas sociedades, es el hecho objetivo de que no existe ésa vocación para amar. Cuando mucho puede existir pasión, deseo, atracción; pero todo eso es finito, acaba después de algún tiempo, pasado el cual viene la separación, y el punto de inicio un nuevo ciclo de equivocaciones.
En lo personal considero que no tengo la vocación para amar, pero confieso que admiro a quienes realmente la tienen porque es realmente una fortuna aprender a convivir, a padecer y a disfrutar a una sola persona durante toda una vida… ¡toda una vida!
Como no tengo ésa vocación, obviamente tampoco tengo el ánimo para conectar mi vida al piloto automático para fingir una satisfacción que no será tal.
No se trata de una cuestión de egoísmo, inexperiencia o desorientación propia de la edad (hay gente de 20 años o menos que se casa –o se tiene que casar- y no sé qué tan orientada y/o conciente pueda ser).
Se trata más bien de una cuestión de reflexión y de disposición: si sé que no tengo buenos reflejos, que soy torpe con las banderillas y que me siento ridículo con el traje de luces, entonces no tengo vocación de torero.
Así también: si sé que mi carácter no el más propicio para una relación afectiva, y que no tengo ni las ganas ni la disposición, ni el tiempo para tener que soportar a alguien durante toda la vida, entonces hacerlo sólo por seguir un patrón sería perder mi tiempo y hacérselo perder ingratamente a alguien más.
Pero también está el otro lado del asunto. La vida, las circunstancias o un Dios bueno, omnipotente y omnisciente nunca deja las cosas incompletas o asimétricas; de manera que la ausencia de una aptitud se compensa con la presencia de otra diferente.
Así pues, quienes no tenemos la vocación para amar tenemos otro tipo de vocación igual de importante aunque no así valorada por los demás.
Piénsese por ejemplo en los sacerdotes, las religiosas o los filántropos. Ellos tienen un tipo de vocación que no necesariamente congenia con la vocación para el amor de pareja, pero no significa que estén privados de la capacidad para desarrollar afectos hacia los demás.
En mi caso particular pienso que no tengo la vocación para amar; pero tengo la vocación para pensar, cuestionar, escribir idioteces, llevarle la contra a la gente y desarrollar un discurso desafortunadamente atractivo para algunas personas.
Esa es mi vocación y me gusta. Aunque también soy conciente del enorme poder de la contingencia y no me niego a la posibilidad de que algún día pueda sucumbir ante una sonrisa o una mirada.
Eso fue lo que le dije a la familia en pleno el fin de semana y confieso que me hubiese gustado cerrar mi discurso con una frase de Heinrich Heinz que me gusta mucho: Dios me perdonará, es su oficio.
P.S Por si hubiere alguna duda lo aclaro: me gustan las mujeres. Soy medio torpe para tratarlas, pero me gustan.
4 comentarios:
¿De cuando acá "amar" deja de ser un sentimiento y se convierte en una "vocación"?... Dale tiempo al tiempo Víctor.
Muy buena tu entrada... Hace días no venía por acá, veo que cambiaste todo!!!... Está bonito, ya no se ve "oscuro"...
Paola
Dice el refrán que "matrimonio y mortaja del cielo bajan".
y lo mas probable es que tu pareja sea inversamente proporcional a ti.
la pareja tiene dos mitades que resultarán ser complementarias para que a la larga efectivamente esas dos mitades sean: parejas.
Según lo que dice el LicCARPILAGO, por lo que se "lee", tu mujer debería ser: Muy tonta, Muy cursi, y de pocas palabras (y no por la contundencia de sus afirmaciones, sino seca o hueca)... espero que lo tomes como un cumplido. Si así fuera, entendería tu negativa a contraer nupcias y tener "Victorcillos"...
Bien lo dijiste, no siempre el amor tiene que ver con el matrimonio.
Pero bajo el mismo concepto de "evolucionar o morir" (del post sobre el cambio de imagen) uno NO se mantiene a lo largo de su vida con los mismos ideales y las mismas vocaciones...
Sería interesante que nos contaras la reacción despues de tan franca respuesta, aunque si la versíon de tu "Tía la metiche" es como la mía... seguro es tan bruta como metiche y no entendió nada...
Una sorpresa encontrarme con tu blog!... Te sigo!
SABES QUE ME ENCANTA DE TI? TU AFICION POR COMPLICARTE LA VIDA, POR QUE GRACIAS A ESO NOS DAS A LOS QUE TE SEGUIMOS EN NUESTROS RATOS DE OCIO ALGO DE ENTRETENIMIENTO (AVECES PASANDO LAS HORAS BUSCANDO PALABREJAS EN EL DICCIONARIO Y OTRAS TANTAS SOPORTANDO EL DOLOR DE ESTOMAGO DE LA RISA QUE NOS PROVOCAN TUS VIVENCIAS Y CAVILACIONES),SIN EMBARGO CONSIDERO EN ALGUNAS OCASIONES DEBERIAS SOLO DISFRUTAR MAS Y PENSAR MENOS
ATT
FIEL SEGUIDORA
(por cierto por ahora no estoy entretenida buscando como loca en el diccionario, estoy mas ocupada pensando por que utilizas aveces terminos que desconoces)como sea me sigues cayendo bien, saludos afectuosos ;)
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