30 ene 2007

Cómo hemos cambiado

El domingo por la noche, mientras conducía de regreso a la ciudad, venía escuchando una versión en vivo de Cómo hemos cambiado, canción que hiciera famosa en los años noventa el grupo español Presuntos Implicados.

La letra y los arreglos de la canción son una evocación nostálgica de épocas pasadas; de ésas que cuando son recuperadas por la memoria inevitablemente provocan suspiros y desencadenan una espiral de reflexiones y sentimientos que van desde la risa sincera hasta la melancolía, pasando por la comparación entre el ayer y el ahora, e incluso hasta por ligeros episodios de crisis de identidad.

De modo que la canción no podía ser menos sintomática respecto a lo que sucedió el fin de semana, pues tuve la suerte de asistir a la primera reunión de ex alumnos de la generación 1993-1996 –a la que dicen pertenecí yo- de la escuela secundaria; evento organizado por algunas ex compañeras que también tuvieron la suerte de reencontrarse en días recientes.

Si enfatizo la palabra suerte es porque efectivamente el factor aleatorio desempeñó un papel muy importante en la realización y éxito de esa reunión, y a hasta en mi propia asistencia a la misma.

De no haber sido porque ocho días antes fastidié el disco duro de mi notebook y en consecuencia pedí la ayuda de uno de mis amigos de aquellos tiempos de promiscuidad adolescente que ahora ostenta el título de licenciado en sistemas, no me hubiera enterado de la realización de la reunión, y por tanto la tarde del sábado 27 del corriente hubiese transcurrido como cualquier otra, enclaustrado en casa mirando algún churro de Hollywood para, posteriormente, salir a cenar cualquier tipo de mexican fast food. Lo cual a su vez me hubiese evitado padecer una terrible resaca y afonía –esa todavía no se me quita- durante casi todo el día del domingo, producto de varios tequilas, una cajetilla de cigarros y mucha conversación que se prolongó hasta la madrugada.

La verdad es que me dio muchísimo gusto reencontrarme con viejos amigos y compañeros con los que compartí fiestas, chismes, bromas, juegos, mucho desmadre y creo que también un salón de clases.

Si bien no asistieron todos los que eran, ni eran todos los que asistieron, fue una reunión muy emotiva. Y eso de emotivo lo escribo yo, que de las emociones y los sentimientos no soy precisamente un adepto, al grado de evitar cualquier evento que implique besos, abrazos, suspiros y una que otra lagrima fingida.

Para más señas, no me gustan las reuniones de ese tipo y de hecho, cuando fue la ceremonia de clausura de la generación, tan pronto recibí mis documentos me marché de la escuela para evitar escenitas de despedida y juramentos vanos de amistad eterna.

Ya en el bachillerato y la licenciatura tampoco asistí a las respectivas fiestas de graduación (en este punto debo decir que a la única graduación que he asistido es a la de mis anteojos), ni a la toma de foto y demás rituales pequeño burgueses.

Eso sí, en la Facultad asistí a la última fiesta (informal de la generación; bueno, en realidad asistí a muchas fiestas, pero esa fue particularmente memorable.

De hecho creo que una costumbre muy mía es tender a desaparecer y alejarme de ciertos círculos sociales y relaciones afectivas. Quizá debido a ello en esta ocasión las organizadoras de la reunión no me localizaron, y durante las diversas conversaciones que sostuve fue común escuchar que me creían perdido.

Como sea, el punto es que estar en esa reunión después de transcurridos once años me hizo evocar muchas experiencias y acontecimientos de cuando nuestros cuerpos rebosaban de hormonas, y caer en la cuenta de cuánto cambiamos a lo largo de todo ese tiempo.

Afortunadamente la gran mayoría –si no es que todos- los que asistimos, concluimos estudios de nivel superior (aunque no precisamente universitarios); esto me causa todavía más satisfacción porque significa que tenemos diversas visiones de la realidad, pero que compartimos una mirada crítica que al menos en nuestros respectivos entornos cercanos nos ayudará a difundir y compartir nuestra visión, y por ende, nuestro ánimo de hacer mejor las cosas y construir un mejor país, cada quien desde su trinchera profesional ya sea en la academia, en el despacho, el consultorio o el aula de clases.

Me reencontré con personas a las que no se les veían muchas intenciones de continuar estudiando y que ahora son flamantes profesionistas insertos de lleno en la dinámica laboral.

Por supuesto, también me reencontré con antiguos amores platónicos y viejos romances, pudiendo así comprobar mi teoría de las sombras nocturnas. Me explico:

En ciertos momentos del curso de nuestra vida creemos estar profundamente enamorados y ese estado de euforia emocional nos impulsa a enunciar afirmaciones tan determinantes y apresuradas, como infundadas.

Esos momentos son como aquellas noches en las que la luz reflejada por la luna no alcanza a iluminar lo suficiente como para poder distinguir con claridad los objetos cercanos, dejando a la percepción solamente sombras inciertas sobre las que formulamos muchas conjeturas acerca de lo que verdaderamente son.

Así por ejemplo, la silueta de un hombre malvado o de un fantasma expectante que vemos en la oscuridad, resulta ser un suéter mal colgado en la pared cuando se vuelve a mirar nuevamente, pero ahora con la plena luz del día.

Algo similar sucede cuando reparamos que aquellas afirmaciones determinantes y carentes de sensatez que alguna vez pronunciamos, eran producidas más por la euforia y emotividad del momento que por la experiencia acumulada, o por cierto sentido de la prudencia del que todos estamos provistos, al menos de forma latente.

De modo que cuando pasa el tiempo y la realidad cotidiana impone su peso abrumador, resulta que declaraciones tan dramáticas como ridículas del tipo “eres el amor de mi vida”, “nunca voy a olvidarte”, te quiero para toda la eternidad” y la lista podría seguir y seguir, eran en realidad un despropósito.

Eso fue lo que pude comprobar en aquella reunión y no solamente en mi caso personal, sino en el de mucho otros que durante la oscuridad de la adolescencia formularon muchas conjeturas acerca de las sombras circundantes, que ahora resultó que no eran lo que ellos (y yo) en su momento creían (creímos) que eran.

Y a propósito del tema, un denominador común en la mayoría de quienes asistimos a esa reunión es la precariedad o descuido del aspecto sentimental. Aunque con esto no quiero dar a entender que seamos infelices o miserables, sino que hemos postergado para mejor momento la búsqueda de una pareja sentimental estable, ya sea por falta de tiempo, por estar cursando el proceso de duelo de una larga relación ahora muerta, por experiencias desafortunadas en la vida conyugal, por simple incapacidad para relacionarse sentimentalmente, o por todo lo anterior.

Por supuesto que no ahondaré aquí en mi propia situación emocional porque suelo ser muy reservado en ese tema y no me gusta andar ventilando mis sentimientos. Aunque debo precisar que si generalicé en el párrafo anterior fue más bien por solidaridad que por identificación con aquella precariedad. De modo que sólo diré que la situación en la que me encuentro en este momento es muy positiva y que, llegada mi oportunidad, abriré bien los ojos. Sólo espero llevar puestas las gafas.

Empero, soy de la idea de que no se puede tener todo en la vida y que en ocasiones hay que enfrentar disyuntivas difíciles como una vida profesional plena, demandante y exitosa, o un idilio torrencial que puede ser más bien una sombra nocturna.

Además, desde luego, que así como existe una vocación para tal o cual oficio o profesión, así también existe una vocación para amar, y no todos la tenemos.

Pero de eso escribiré en otra ocasión.

Lo importante de todo esto es que estoy muy contento de haberme reencontrado con viejos amigos y compañeros, al tiempo que estoy sorprendido de cuán rápido maduramos para convertirnos en jóvenes adulteros, perdón, adultos, y responsables, con perfiles de vida bastante promisorios.

Y como dijeran los Presuntos Implicados “ay cómo hemos cambiado”.

Un saludo

1 comentario:

Anónimo dijo...

Debe haber pasado una velada muy agradable, ¡felicidades!
Ahora entiendo mejor, así como se describe, todo lo contrario es lo que soy.
Efusiva, empalagosa, me gusta abrazar, besar, estrechar y despedirme siempre con una sonrisota, deseando siempre lo mejor de lo mejor a quien quiero y hasta a quien no quiero, en realidad yo no se como no querer a alguien auque suene un tanto estúpido, bobo e incrible.
Ante esto no puedo decir otra cosa
que al menos al leer este bonito texto (bonito porque me encantó sentirlo un poco más humano)
me queda el consuel de que tal vez yo soy una de esas personas que tienen el don de amar. (bromeo)
Solo Dios es perfección en el amor.
un beso amistoso.
sigo leyendo.