29 ene 2007

Encuentros

Aquella era una mañana muy fresca, se diría incluso fría, tratándose del amanecer de un día de Mayo. Pero era una mañana agradable, clara y alegre.

En las calles se podían observar las huellas de una lluvia tenue pero permanente que había caído impaciente durante buena parte de la madrugada. El pavimento aún se hallaba mojado y algunas gotas habían quedado suspendidas entre las hojas y las ramas de los árboles.

En algunas zonas de la ciudad aun no paraba de llover pues, generosa, la naturaleza había decidido que esa mañana ofrecería un regalo a las hordas anónimas que paulatinamente iban atestando las calles y avenidas con su neurosis crónica, falta de esperanza, soledad y desconfianza.

Mientras el sol lanzaba con lentitud sus primeros rayos sobre un cielo particularmente limpio y azul en el oriente de la ciudad, en las frías montañas del horizonte pobladas por pinos, oyameles y amplias praderas, la lluvia continuaba cayendo con delicadeza.

El regalo apareció con toda su majestuosidad y curvo colorido en el momento preciso en que los primeros rayos de luz matutina se encontraron con las diminutas gotas de lluvia que caían sobre las montañas. Sí, el regalo era un arco iris.

Definitivamente inusual –pensó él cuando, al salir de casa, miró extrañado el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos.

Vestía un pantalón deportivo tan desgastado, que en su delgadez casi transparente permitía a cualquier observador avezado, calcular los años que habían pasado desde que aquel pantalón tuvo que abandonar el almacén –seguramente por culpa de una oferta- en el que yacía pulcramente doblado, compartiendo un estante de metal pintado de blanco con otros pares semejantes pero de distinto color.

La chamarra gris con franjas negras a los costados era de felpa. Al reverso tenía impreso el logotipo de un corporativo transnacional líder en la comercialización de ropa deportiva. Irónicamente se trataba de una de esas compañías de las que él era un crítico feroz, pues denunciaba con indignación las condiciones de sobreexplotación de hombres, mujeres y niños de algún país asiático, que eran tratados como esclavos debido a las políticas laborales impuestas por el imperialismo norteamericano.

No obstante, el hecho evidente era que esa mañana él portaba una chamarra deportiva con un logotipo de esa trasnacional y unos tenis con antecedentes de similar factoría.

Como todas las mañanas antes de partir hacia la universidad, se disponía a trotar por un lapso de media hora en la ruta habitual, que comprendía un par de calles ajenas al ajetreo matutino hasta llegar al pequeño parque situado frente a la escuela en la que realizó sus estudios primarios.

Su rutina era tan sistemática, que mientras trotaba iba ordenando mentalmente las actividades del día para, posteriormente, reflexionar sobre alguna de las notas más importantes que había leído en el ejemplar del día de ese diario de izquierda que acostumbraba desde sus años de bachillerato.

A punto de doblar la esquina para encontrarse con el parque, reflexionaba sobre la precaria situación económica de la población marginada, cuando de súbito se encontró con él.

Se podía percibir cierto toque de ironía en el momento, pues no obstante que ambos seguían la misma rutina diaria, ésta era la primera vez que se encontraban, o más bien, la primera vez que él reparaba en su presencia e importancia.

Cuando estuvo más cerca disminuyó el ritmo de su trote hasta casi caminar, quería verlo con detenimiento, observar cada uno de sus rasgos aunque sólo fuese por unos momentos.

Pasado de frente reanudó su trotar rítmico hasta llegar al parque. Desde una de las bancas pintadas de verde olivo volvió a mirarlo con detenimiento. La distancia que mediaba entre ambos era más bien corta, así que mientras realizaba algunos ejercicios respiratorios pudo observar que algunas personas se acercaban momentáneamente a él, pero con cierta expresión de desagrado en sus rostros que se podía apreciar desde aquella banca verde olivo.

-Qué tontos, si tan sólo repararan en lo importante que es él en sus vidas, no le tratarían con tanto desprecio. –pensó para su fuero interno.

Él tiene que sufrir maltratos diarios, vejaciones; escuchar insultos de gente de diversos estratos sociales y soportar indolente el tráfico de la ciudad. Nadie se lo reconoce, pero es un héroe. Sin él nuestras vidas simplemente se complicarían.-

En ese momento cayó en la cuenta de que lo admiraba, que tan sólo verlo unos instantes le había hecho reflexionar sobre su importancia y abnegación.

Cuando pasó nuevamente por su lado de regreso a casa, le lanzó una discreta sonrisa y una mirada de ternura. Sabía que a la mañana siguiente volvería a encontrarlo y dedicaría unos instantes a admirar el desempeño estoico de su misión.

Sabía que desde hacía muchísimo tiempo él había estado ahí y que aun cuando esas personas insensatas se le acercaban con desprecio, si algún día faltase simplemente no sabrían qué hacer. Y ni pensar que llegase a faltar definitivamente, porque entonces sí que se generaría un caos. La gente enfermaría de insalubridad y el entorno se volvería insoportable.

Sí, había que reconocerlo, sin su presencia la vida no tendría sentido.

Tal era la importancia del camión de la basura.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola!.

Empecé a leerte como se debe; es decir, desde el principío... Por ende al llegar a ésta entrada tenía los ojos tan pequeños, rojos y llenos de lágrimas que me es un poko difícil excrivir vien...(perdón, perdón)... exagero.

Está muy bueno tu blog, aunque le hace falta las fotos que tenías en el otro... no solo debemos tener contaminada nuestra red neuronal con leerte, de vez en cuando la contaminación visual ayuda a lograr objetivos claves en la difilisima ciencia del "mercadeo"...jajaja.

Te dejo un abrazo Víctor, uno muy grande...

Anónimo dijo...

Se lo digo muuuuuuuuuy en serio pero muy enserio, el día que no suelte sonora carcajada al leerlo, dudaré de que lo que leo sea de usted. o me voy a preocupar tanto pero tanto tanto, que seguro lo voy a molestar por mail.
Bueno gracias por la lección acerca de como se pueden decir cosas tan bellas y coherentes sin necesidad de caer en la cursilería y en la depresión.
un abrazo.
continuo leyendo.
ps. no pd. yo siempre escribo pd.
"extraña noticia, extraña sorpresa,
extraña situación ahora sí mi cabeza no comprendió"