No sé en otras partes del mundo -la verdad es que no me di a la tarea de investigarlo- pero en México hoy, 30 de abril, se celebra el Día del Niño.
Con esta celebración se abre una temporada de conmemoraciones y festejos variopintos, que van desde el día del trabajo, en el que paradójicamente en México no trabajamos; pasando por el Día de los Maistros (albañiles), la conmemoración de la batalla de Puebla de 1847 (la cual se ganó, pero sirvió de muy poco pues se perdió la guerra), el Día de las Madres, el Día de los Maistros (profesores), y hasta el día mundial del Internet, el blog o una cosa de esas.
En lo personal el día de hoy estoy muy feliz por dos razones. Una es que por la tarde comienza en el mega puente de ¡5 días! (lo siento por los proletarios y asalariados explotados que tienen que trabajar el viernes, pero no os preocupéis, que desde la comodidad de mi reposet habré de solidarizarme con vosotros) que voy a aprovechar para salir de la ciudad hacia un lugar menos caótico y deprimente (lo digo por las lluvias vespertinas y los embotellamientos que producen). Específicamente me voy a un campo de gotcha a ensuciarme de pintura con mis sobrinos.
La otra razón es que, con motivo del día del niño, al rato me autoregalaré una pistola -qué digo pistola ¡metralleta!- de agua, Shark 3000, con capacidad para tres litros de agua proyectados con la presión suficiente para empapar de un solo disparo la cabeza del primer ingenuo que se deje. Y por si hubiera entre mis lectores un ecologista preocupado por el uso racional del agua, no se preocupe, que lo tengo todo fríamente calculado: al rato, cuando comience a llover, voy a poner unas cubetas en los ductos de desagüe del techo de mi casa, con los cuales habré de llenar mi pistolita.
Y bueno, como la ocasión lo amerita, creo que hoy escribiré precisamente acerca de la niñez; ése estupendo periodo de la vida que pareciera que se aprecia mejor cuando ya ha pasado. Por lo menos yo, desde mi adulterio, es decir, desde mi condición de quesque adulto contemporáneo, cuando miro hacia atrás, hacia mi infancia, suspiro con nostalgia pero también con una gran sonrisa en los labios porque realmente disfruté siendo niño.
Quizá la mía fue una de las últimas generaciones que supieron lo que era convivir en el espacio público, usar la imaginación y ejercitar el cuerpo jugando fútbol o encantados, con los cuates de la “cuadra”.
No quiero decir que las actuales generaciones de chavitos sean sedentarias (que lo son), torpes (que también lo son) y carentes de imaginación (que, bueno, también lo son). Lo quiero decir es que las condiciones de vida desde hace unos cuántos ayéres hacia acá, cambiaron sustancialmente. Básicamente la inseguridad ha propiciado que los niños de hoy, por lo menos los niños de las urbes, se encuentren recluidos entre las paredes de sus casas o sus pequeños departamentos en unidades habitacionales o condominios, diseñados para la convivencia de personas adultas, pero excluyentes para la expresión y el desbordamiento de la energía de los niños.
No obstante, hay que reconocer que las nuevas generaciones de niños ya vienen con otro chip integrado. Son más abusados y menos, pero mucho menos, tímidos, introvertidos o sumisos que los niños de antaño, entre los cuales, con todo y que mi mamá suele decirme no sin socarronería que lo primero que dije fue “exijo mis derechos”, me puedo contar yo.
Aunque de tan recurrente en los discursos ha terminado por perder su significado, pienso que en los tiempos que corren más que en cualesquiera otros anteriores, la frase de que los niños son el futuro, tiene una vigencia extraordinaria.
Por lo menos en este querido país de globos y bicicletas, yo abrigo la esperanza de que los nuevos niños que hoy hablan como adultos enanos, preocupados por el calentamiento global y concientes de que existe un señor malo que se llama Peje o “gallito feliz”, sean en unos años unos ciudadanos participativos y propósitivos, capaces de ponerle un alto a las tendencias autoritarias que siempre se han alzado como amenazas a la libertad.
Por lo pronto hoy festejan su día y disfrutan de la alegría y la despreocupación que poco a poco el proceso de crecimiento se encargará de expropiarles, para después dosificárselas en pequeñas cantidades.
Y bueno, aunque son unos aunténticos tiranos, me sorprende y me parece bien interesante constatar que les he tomado afecto a los apestosillos; pues aunque su rollo ése medio ridículo de los derechos de los niños me irrita un poco, más por cuestiones teóricas que por mezquindad o alguna otra baja pasión, la verdad es que defiendo su derecho a reír, a holgazanear de vez en cuando y a cometer travesuras.
Así que en caso de que existiera la remota posibilidad de que algún chaval que no sea el “niño que todos llevamos dentro”, sino un auténtico chaval, llegase a leer este espacio de bagatelas, primero debo felicitarlo por haber preferido leerme en lugar de jugar The Age of Empires con algún pederasta austriaco o libanés (¿remember Surcar Kuri and Kamel Nacif?). Luego, quisiera decirle que coma sus frutas y verduras, haga sus tareas, obedezca a su mamá y sea muy feliz, para que, una vez adulto, no termine como un odioso, grosero, mentiroso, déspota, fatuo, arrogante y pretensioso politólogo… como uno que yo conozco.
P.S ¿Quién no recuerda esos festivales del día del niño que organizaban los profesores en la escuela? La verdad es que era genial ver, por lo menos un día del año, a los profes actuando como humanos y haciendo el ridículo. Yo por lo menos recuerdo al maestro Benito y al temible director, haciendo una rutina de payasos que me hizo reír mucho.
Con esta celebración se abre una temporada de conmemoraciones y festejos variopintos, que van desde el día del trabajo, en el que paradójicamente en México no trabajamos; pasando por el Día de los Maistros (albañiles), la conmemoración de la batalla de Puebla de 1847 (la cual se ganó, pero sirvió de muy poco pues se perdió la guerra), el Día de las Madres, el Día de los Maistros (profesores), y hasta el día mundial del Internet, el blog o una cosa de esas.
En lo personal el día de hoy estoy muy feliz por dos razones. Una es que por la tarde comienza en el mega puente de ¡5 días! (lo siento por los proletarios y asalariados explotados que tienen que trabajar el viernes, pero no os preocupéis, que desde la comodidad de mi reposet habré de solidarizarme con vosotros) que voy a aprovechar para salir de la ciudad hacia un lugar menos caótico y deprimente (lo digo por las lluvias vespertinas y los embotellamientos que producen). Específicamente me voy a un campo de gotcha a ensuciarme de pintura con mis sobrinos.
La otra razón es que, con motivo del día del niño, al rato me autoregalaré una pistola -qué digo pistola ¡metralleta!- de agua, Shark 3000, con capacidad para tres litros de agua proyectados con la presión suficiente para empapar de un solo disparo la cabeza del primer ingenuo que se deje. Y por si hubiera entre mis lectores un ecologista preocupado por el uso racional del agua, no se preocupe, que lo tengo todo fríamente calculado: al rato, cuando comience a llover, voy a poner unas cubetas en los ductos de desagüe del techo de mi casa, con los cuales habré de llenar mi pistolita.
Y bueno, como la ocasión lo amerita, creo que hoy escribiré precisamente acerca de la niñez; ése estupendo periodo de la vida que pareciera que se aprecia mejor cuando ya ha pasado. Por lo menos yo, desde mi adulterio, es decir, desde mi condición de quesque adulto contemporáneo, cuando miro hacia atrás, hacia mi infancia, suspiro con nostalgia pero también con una gran sonrisa en los labios porque realmente disfruté siendo niño.
Quizá la mía fue una de las últimas generaciones que supieron lo que era convivir en el espacio público, usar la imaginación y ejercitar el cuerpo jugando fútbol o encantados, con los cuates de la “cuadra”.
No quiero decir que las actuales generaciones de chavitos sean sedentarias (que lo son), torpes (que también lo son) y carentes de imaginación (que, bueno, también lo son). Lo quiero decir es que las condiciones de vida desde hace unos cuántos ayéres hacia acá, cambiaron sustancialmente. Básicamente la inseguridad ha propiciado que los niños de hoy, por lo menos los niños de las urbes, se encuentren recluidos entre las paredes de sus casas o sus pequeños departamentos en unidades habitacionales o condominios, diseñados para la convivencia de personas adultas, pero excluyentes para la expresión y el desbordamiento de la energía de los niños.
No obstante, hay que reconocer que las nuevas generaciones de niños ya vienen con otro chip integrado. Son más abusados y menos, pero mucho menos, tímidos, introvertidos o sumisos que los niños de antaño, entre los cuales, con todo y que mi mamá suele decirme no sin socarronería que lo primero que dije fue “exijo mis derechos”, me puedo contar yo.
Aunque de tan recurrente en los discursos ha terminado por perder su significado, pienso que en los tiempos que corren más que en cualesquiera otros anteriores, la frase de que los niños son el futuro, tiene una vigencia extraordinaria.
Por lo menos en este querido país de globos y bicicletas, yo abrigo la esperanza de que los nuevos niños que hoy hablan como adultos enanos, preocupados por el calentamiento global y concientes de que existe un señor malo que se llama Peje o “gallito feliz”, sean en unos años unos ciudadanos participativos y propósitivos, capaces de ponerle un alto a las tendencias autoritarias que siempre se han alzado como amenazas a la libertad.
Por lo pronto hoy festejan su día y disfrutan de la alegría y la despreocupación que poco a poco el proceso de crecimiento se encargará de expropiarles, para después dosificárselas en pequeñas cantidades.
Y bueno, aunque son unos aunténticos tiranos, me sorprende y me parece bien interesante constatar que les he tomado afecto a los apestosillos; pues aunque su rollo ése medio ridículo de los derechos de los niños me irrita un poco, más por cuestiones teóricas que por mezquindad o alguna otra baja pasión, la verdad es que defiendo su derecho a reír, a holgazanear de vez en cuando y a cometer travesuras.
Así que en caso de que existiera la remota posibilidad de que algún chaval que no sea el “niño que todos llevamos dentro”, sino un auténtico chaval, llegase a leer este espacio de bagatelas, primero debo felicitarlo por haber preferido leerme en lugar de jugar The Age of Empires con algún pederasta austriaco o libanés (¿remember Surcar Kuri and Kamel Nacif?). Luego, quisiera decirle que coma sus frutas y verduras, haga sus tareas, obedezca a su mamá y sea muy feliz, para que, una vez adulto, no termine como un odioso, grosero, mentiroso, déspota, fatuo, arrogante y pretensioso politólogo… como uno que yo conozco.
P.S ¿Quién no recuerda esos festivales del día del niño que organizaban los profesores en la escuela? La verdad es que era genial ver, por lo menos un día del año, a los profes actuando como humanos y haciendo el ridículo. Yo por lo menos recuerdo al maestro Benito y al temible director, haciendo una rutina de payasos que me hizo reír mucho.
1 comentario:
Este día también es especial para mí. Yo también disfrute mucho mi niñez.
No imagino a ese politólogo arrogante, déspota y demás en su niñez, seguro era un mini tirano.
Está por demás decir que disfrutes de este mega puente y por favor, no te metas en problemas, que luego hasta a quienes te leemos nos toca la descalificación. ¡JA!
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